Cruda suerte que te toca.
Caminas de arriba abajo.
Lento, mustio y cabizbajo
por esa gatita loca.
Aquella que con su boca
dijo querer estar sola.
Y a los pies de una farola
te dejó con gusto amargo.
Y te pagó con recargo
una bala en tu pistola.
Hoy tu vida es murmurar
a la sombra de una parra,
aporreando una guitarra
ya sin ganas de cantar.
Y me atrevo a imaginar
que te estas haciendo viejo,
ya no usas los espejos
que te dicen la verdad.
Los valores de la edad,
los de vivir sin complejos.
Y aunque queda poco tiempo
y nunca hubo demasiado.
Siempre acabas fastidiado
por tu gran temperamento.
Por los pálidos momentos
que corriendo desbocado,
te han soltado disparado,
con prisas y desengaños.
Y al cabo de tantos años
se te han ido disipando.
Todavía murmurando
a la sombra de esa parra,
abandonas la guitarra
satisfecho y suspirando.
Repasas aquellos tangos
de tu juventud violenta,
y tu calma representa
que has quedado mano a mano.
Si, más tarde que temprano,
pero ya has saldado cuentas.
lunes, 28 de septiembre de 2009
Dilema en el balcón.
Vivía en el piso 10. En un pequeño apartamento.
Estaba viendo la tele cuando alguien llama a la puerta.
Acerco el ojo a la mirilla. Un hombre de traje, sin corbata, bien peinado y afeitado. Tendría unos cuarenta y tantos. Parecía buena gente.
Abrí la puerta.
-Buenas noches, ¿qué desea?
El hombre me dio un fuerte empujón y entró en el apartamento. Se dirigió corriendo hacia el balcón y se subió en el borde.
Yo enseguida me levanté del suelo y corrí hacia él.
-¡No se acerque, o me tiro!
-Bueno, se tirará de todas formas, ¿no?
El pobre suicida estaba temblando de miedo. Y yo también.
-Mi esposa me abandonó, no le veo sentido a seguir viviendo. – dijo sollozando.
-Siento mucho su situación y lo entiendo perfectamente, a mi también me pasó lo mismo.
-¿Ah, sí?
-¡Claro que si! Pero no es el fin del Mundo, créame, hay muchas cosas por las que vivir.
- ¿Como cuáles?
-Bueno, a mi me gusta mucho el fútbol por ejemplo, la música, viajar, leer, tengo amigos que me quieren, también está mi familia. Además, estoy seguro que tarde o temprano moriré, a todos nos llegará. ¿Para que adelantarlo? Quiero aprovechar lo que me queda de vida.
-Es que el sufrimiento es insoportable. – comentó en un tono más sobrio.
Yo me asomé al balcón y me senté en el borde muy despacio, intentaba ganarme su confianza. Miré hacia abajo, había mucha gente mirando. Era totalmente vertiginoso y provocaba una ligera intención de dejarse caer.
-¿No ve toda le gente que hay abajo? ¿Y si se cae encima de alguno y lo mata?
-No había pensado en eso. Pero se apartarán.
-O no. La gente no tiene la culpa.
-En eso tiene usted razón.
El hombre estaba más calmado. Y yo me acercaba cada vez más a él.
-¿Tiene hijos?
-Si, tres.
-¿Y entonces que pretende? ¿Qué sus hijos sufran e intenten suicidarse también?
-No lo harán, no son tontos.
-Pues no lo sea usted tampoco. Entre a mi casa y tómese una copa conmigo, hablemos, de lo que usted quiera, no se acaba aquí su vida, yo lo puedo ayudar. Cuente conmigo.
El hombre se puso a llorar, se sentó y se inclinó sobre mí. Yo lo agarré con fuerza y lo puse fuera de peligro.
Seguí ahí sentado viendo lo incitante que era estar al borde de la muerte.
Me balanceé hacia delante y me dejé caer.
Estaba viendo la tele cuando alguien llama a la puerta.
Acerco el ojo a la mirilla. Un hombre de traje, sin corbata, bien peinado y afeitado. Tendría unos cuarenta y tantos. Parecía buena gente.
Abrí la puerta.
-Buenas noches, ¿qué desea?
El hombre me dio un fuerte empujón y entró en el apartamento. Se dirigió corriendo hacia el balcón y se subió en el borde.
Yo enseguida me levanté del suelo y corrí hacia él.
-¡No se acerque, o me tiro!
-Bueno, se tirará de todas formas, ¿no?
El pobre suicida estaba temblando de miedo. Y yo también.
-Mi esposa me abandonó, no le veo sentido a seguir viviendo. – dijo sollozando.
-Siento mucho su situación y lo entiendo perfectamente, a mi también me pasó lo mismo.
-¿Ah, sí?
-¡Claro que si! Pero no es el fin del Mundo, créame, hay muchas cosas por las que vivir.
- ¿Como cuáles?
-Bueno, a mi me gusta mucho el fútbol por ejemplo, la música, viajar, leer, tengo amigos que me quieren, también está mi familia. Además, estoy seguro que tarde o temprano moriré, a todos nos llegará. ¿Para que adelantarlo? Quiero aprovechar lo que me queda de vida.
-Es que el sufrimiento es insoportable. – comentó en un tono más sobrio.
Yo me asomé al balcón y me senté en el borde muy despacio, intentaba ganarme su confianza. Miré hacia abajo, había mucha gente mirando. Era totalmente vertiginoso y provocaba una ligera intención de dejarse caer.
-¿No ve toda le gente que hay abajo? ¿Y si se cae encima de alguno y lo mata?
-No había pensado en eso. Pero se apartarán.
-O no. La gente no tiene la culpa.
-En eso tiene usted razón.
El hombre estaba más calmado. Y yo me acercaba cada vez más a él.
-¿Tiene hijos?
-Si, tres.
-¿Y entonces que pretende? ¿Qué sus hijos sufran e intenten suicidarse también?
-No lo harán, no son tontos.
-Pues no lo sea usted tampoco. Entre a mi casa y tómese una copa conmigo, hablemos, de lo que usted quiera, no se acaba aquí su vida, yo lo puedo ayudar. Cuente conmigo.
El hombre se puso a llorar, se sentó y se inclinó sobre mí. Yo lo agarré con fuerza y lo puse fuera de peligro.
Seguí ahí sentado viendo lo incitante que era estar al borde de la muerte.
Me balanceé hacia delante y me dejé caer.
domingo, 20 de septiembre de 2009
Los años que llegaron tarde.
Cómo me hubiera gustado
haber formado parte
de esa historia
y contarte.
Pero todo cambia tanto
pasa de mano en mano
ya no está,
ya lo cerraron.
Y yo recuerdo, aquellos años
que no son míos y no he vivido,
también recuerdo, todos los tangos
que escucho nuevos, que no pasaron.
Como nostalgia, nostalgia ajena,
como una vida de fotos viejas
y no son míos, no son de nadie,
los años que llegaron tarde.
Un nicho, un agujero
con el café del tiempo,
en el mostrador de mármol
o en un rincón.
Donde se refugian
del otoño y la lluvia,
el gato del tejado
y aquel viejo.
haber formado parte
de esa historia
y contarte.
Pero todo cambia tanto
pasa de mano en mano
ya no está,
ya lo cerraron.
Y yo recuerdo, aquellos años
que no son míos y no he vivido,
también recuerdo, todos los tangos
que escucho nuevos, que no pasaron.
Como nostalgia, nostalgia ajena,
como una vida de fotos viejas
y no son míos, no son de nadie,
los años que llegaron tarde.
Un nicho, un agujero
con el café del tiempo,
en el mostrador de mármol
o en un rincón.
Donde se refugian
del otoño y la lluvia,
el gato del tejado
y aquel viejo.
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